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México intenta ahora iniciar un proceso de “pacificación”, no en las mismas condiciones de la guerra civil salvadoreña, pero sí teniendo en común una espiral de violencia que parece interminable. Casos como el salvadoreño nos comparten pistas de lo que no se debe volver a repetir: legitimar y legalizar regímenes militares, ni mucho menos usar la fuerza del Estado en contra de su propia población.
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14 de octubre de 2018

Por: Carlos A. Ventura*

América Latina y el Caribe cuenta, por desgracia, con historias de dolor y represión. Se cuentan además errores y acciones de gobierno en el uso de modelos de seguridad de corte militarista; con ello se ha violentado la dignidad de las personas y sus derechos humanos. Esto lo podemos constatar nada más con revisar la última mitad del siglo veinte.

El uso de lo que se conoce como la doctrina de la seguridad nacional hizo que miles de personas fueran ejecutadas, violentadas, y se arrastren secuelas e impactos profundos, después de décadas, en las vidas e historias de las personas y de la sociedad en general. En particular Centroamérica, mayormente en la década de los ochenta, enfrentó momentos de conflictos violentos, donde el Estado usó toda su maquinaria militar para exterminar a quienes se oponían al régimen autoritario y opresor que se imponía.

Así sucedió en El Salvador, donde el proceso de búsqueda de justicia y libertad que emprendió, por ejemplo, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) duró más de una década. Hoy sabemos ampliamente que la injusticia que enfrentaba el pueblo salvadoreño también se combatió con la postura revolucionaria que exigía, de distintas y legítimas maneras, un cambio de raíz.

Para el año de 1989, ya había transcurrido casi una década de conflicto. Es precisamente esta etapa de la historia, que aborda con detalle el documental “La Batalla del Volcán” (2018), presentado en el marco del Festival DocsMx 2018. Se trata de un largometraje, dirigido por Julio López, que nos acerca a la voz de aquellas y aquellos que fueron parte de uno de los momentos más álgidos del conflicto salvadoreño: la ofensiva hasta el tope.

El documental nos plantea la importante labor de hacer memoria histórica. Entendida ésta como la que emerge desde las historias de las y los de abajo, de aquellas y aquellos que fueron perseguidos, criminalizados, vilipendiados, y, por muchos intentos, quisieron borrarles de la memoria oficial (la que construyen desde el status quo). Sin embargo, y para nuestra fortuna, documentales como este se esfuerzan en traer a nuestra memoria personal, las memorias directas de aquellas personas protagonistas de episodios de liberación para los pueblos oprimidos.

Por otro lado, deja constancia de lo que enfrentaron pueblos enteros para avanzar en la lucha por la justicia y el respeto de sus derechos. Así también, nos invita a reflexionar sobre lo que suscita el paso de los años, y cómo se enfrentan los recuerdos, reconociendo que preponderó en la historia un relato de resistencia y esperanza compartida en otros mundos posibles, y no el fatalismo y la derrota que muy seguramente es conveniente para unos cuantos.

Incluso nos pide atender lo que allí se plasma, para no repetirlo, y también para concientizar más que somos producto de muchas décadas atrás de procesos de búsqueda de justicia, por lo menos desde la segunda mitad del siglo pasado, y los primeros lustros del veintiuno. Así, a través del documental, conocemos un reservorio de fuerza moral para alimentar la esperanza en la crisis multidimensional de nuestro inicio de siglo. Valga la mención de la cercana canonización del Arzobispo de El Salvador, Mons. Óscar Arnulfo Romero, quien en el año de 1980 fue asesinado por el régimen autoritario que gobernaba ese país, debido a su postura firme a favor de los derechos humanos y la denuncia de la injusticia. Tal como sucedió también con los mártires de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), en el año de 1989.

Qué importante para la memoria histórica, pero sobre todo para la vigencia de los derechos humanos, contar con testimonios de este tipo. Me explico. México intenta ahora iniciar un proceso de “pacificación”, un tipo de “cese a la guerra”, muy seguramente no en las mismas condiciones de la guerra civil salvadoreña, pero sí teniendo en común una espiral de violencia que parece interminable. Lo cierto es que casos como el salvadoreño nos comparten pistas de lo que no se debe volver a repetir: legitimar y legalizar regímenes militares, ni mucho menos usar la fuerza del Estado en contra de su propia población. Una lección más: la importancia de atender efectivamente procesos de construcción de Paz, de Verdad, Memoria, Justicia, Reparación y Atención a la Víctimas y las necesarias Garantías de No Repetición, que llevan tiempo, y se enfrentan a intentos de regresión y obstaculización.

El caso salvadoreño es ejemplo de esos pueblos que pasaron de un conflicto a un estado de posconflicto, buscando en todo momento revertir las causas estructurales que les llevaron a esos niveles de violencia. ¿Se logró esto?

Lo que sí sabemos es que los procesos de liberación, acceso a la justicia y construcción de paz pasan por etapas de largo tiempo. Para El Salvador todavía existen muchos pendientes desde la firma de sus Acuerdos de Paz; para México, toca avanzar en el camino que debemos seguir para hallar la verdad y la justicia. En América Latina y el Caribe, vale decir: seguir organizándose social y políticamente para hacer real la vigencia y centralidad de los derechos humanos, frente al avance de grupos que, a su particular manera, atentan contra la vida y dignidad de personas y pueblos.

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* Carlos A. Ventura Callejas es Coordinador General del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria OP, A. C. (@CDHVitoria).

Consultar artículo en Animal Político.

Imagen destacada: Francisco Chico Campos

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