El mundo que habitamos está desapareciendo, ello nos invita a repensar creativa y sentidamente cómo es que deseamos seguir con la construcción de algo distinto, considerando lo que ha ocurrido recientemente y lo que ocurrirá en las próximas semanas.

Editoriales | Blog «La dignidad en nuestras manos» del Plumaje de Animal Político

Web original | Imagen : Rogel Blanquet

Por: Jorge Luis Aguilar @Jorgeluis_dh

15 de enero de 2021

No pretendo ser profético, mucho menos alarmista. Lejos de eso, la gran parte del tiempo hemos insistido en la máxima de hacer prevalecer la esperanza aún en las circunstancias más adversas.

Ya en los primeros días de abril1 vislumbramos que “aún en el escenario de que todo volviera a la normalidad después de algunas semanas o meses” la pandemia suponía ya un cambio importante en las dinámicas sociales. Adelantamos la posibilidad de confinamientos intermitentes y el fortalecimiento de la presencia militar, hoy responsable de custodiar y administrar las apenas decenas de miles de vacunas en el país. Luego, en julio2, se llamó la atención a los riesgos de seguir adelgazando al Estado hasta la autofagia, de apostar a políticas clientelares y de desdibujar organismos clave para entender y atender estructuralmente la marginación; sobra decir que aquello no ha parado, sino que se ha acentuado con la desaparición opaca de fondos públicos, mayores recortes presupuestales (aquí sí se salvó la milicia) y amenazas constantes a instituciones públicas.

¿Qué nos hace pensar que el 2021 traerá mejores tiempos? Te pregunto. La crisis que ya vivíamos no atiende de fechas en el calendario, ni uvas, ni buenos deseos. Y no, tampoco pretendo decir que vamos hacia la catástrofe, ese sentimiento ha sido utilizado muy recientemente para afianzar en la mente de las sociedades una desesperanza que motiva la violencia, sobre todo en los gobiernos que se han construido desde la enarbolación de la polarización. Más que catástrofe parece que vivimos un naufragio lento y anunciado que parece llegar a un momento protagónico, a un instante que se suma a la continua sucesión de adversidades que enfrentan sobre todo quienes desde su nacimiento han luchado por sobrevivir aún teniendo todas las probabilidades en contra.

Hace apenas algunos meses no nos era posible imaginar  la manera en que gran parte de la “actividad económica” se detendría, ante cada amenaza de paro se hacían fluir los datos de pérdidas, de desbalances, de inconveniencias, de imposibilidades, de Apocalipsis, pero ocurrió. El mundo necesitaba de ese minuto de silencio, de esa “hoja en blanco” para reflexionar el futuro de la dinámica social y económica que hasta ahora réplica y sostiene la marginación y pobreza; cuando pasó, la narrativa se centró en “volver a la normalidad”. ¿A cuál normalidad?

Aún cuando la vacuna, en realidad las vacunas, se han convertido en el “santo grial” moderno y los gobiernos orientan sus discursos a la “esperanza” que significan, su repartición y administración obedece a los mandatos del mercado y hasta ahora únicamente los países ricos han tenido acceso a ellas, de las 15 millones de dosis administradas hasta ahora, únicamente tres países han acaparado dos terceras partes. Enormes zonas del mundo son de nuevo ignoradas y en naciones como México, donde también se está administrando, los ritmos de aplicación ante la necesidad de inmunizar al menos a tres cuartas partes de la población permite distinguir una meta irreal, además de significar una celebración anticipada y cuando menos fantasiosa en regiones donde la enfermedad se ha enquistado.PUBLICIDAD

Con países centrados en acumular proveedores y estimular improbables esperanzas parece lejana la posibilidad de la producción masiva de una “vacuna del pueblo”. En ese sentido una vacuna parece más un llamado al “sálvese quien pueda” que a una revisión estructural de las fallas que nos colocaron en situaciones tan distópicas. Probablemente nunca antes habíamos necesitado tanto ignorar las leyes de propiedad intelectual, esas que el “periodo neoliberal” endureció pero siguen tan vigentes y parecen tan normales aún en la situación extraordinaria que algunos países enfrentan.

Estamos avanzando hacia un momento crítico que no llegará precedido de sirenas de ambulancias, sino del casi imperceptible sonido que hace el estómago vacío, uno que se multiplica aún en entornos que antes le esquivaban en la formalidad laboral o fuera de ella.

El mundo que habitamos, vivimos y en el que se re-existía está desapareciendo, ello nos invita a repensar creativa y sentidamente cómo es que deseamos seguir con la construcción de algo distinto, considerando lo que ha ocurrido recientemente y lo que ocurrirá en las próximas semanas. Ya jamás volveremos a la situación anterior, el regreso a la “normalidad” no es una opción, es volver a chocar contra un muro, además de que ante otras amenazas que sabemos sobrevuelan al mundo hay que aceptar que debemos cambiarlo todo o en efecto, naufragaremos aún viendo las rocas que amenazan el casco.

Queda la responsabilidad ética de replantear cómo será la vida en esta década que apenas comienza, de ralentizar el paso, de vivir los duelos personales, familiares y comunitarios para poder blandir con mayor fuerza aquellos ideales y horizontes que hasta ahora nos han sostenido con la esperanza de un futuro digno para todas y todos, llegado ese punto podríamos hablar de una “misión cumplida”.PUBLICIDAD

* Jorge Luis Aguilar (@Jorgeluis_dh) es colaborador del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria O.P. A.C. (@CDHVitoria).

1 “Esto lo cambia todo” en El Plumaje de Animal Político.

2 “De emergencia a transformación” en El Plumaje de Animal Político.

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