Editoriales | Columna semanal de Fr. Miguel Concha en La Jornada

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Por: Mariana Bermúdez

09 de marzo de 2024

 

El 8 de marzo, conmemorado como Día Internacional de la Mujer, ha sido una fecha de reivindicación, escucha y lucha por parte de diversas mujeres en el mundo. En México se llenan las calles, las paredes, los árboles y los corazones verdes y morados al grito unísono de ¡Ni una más! ¡Nos queremos vivas, libres y sin miedo!. Aunque cada vez hay una mayor ocupación de las mujeres en el espacio cívico y público, ¿qué tanto hemos avanzado en el camino a una vida digna y libre de violencias?

Se podrían enunciar las cifras que año con año salen en los periódicos, la televisión y los comunicados sobre los impactos de las violencias de género que ejercen hacia nosotras las mujeres, así como aquellas que mencionan cuánto nos hace falta luchar aún para eliminar las brechas de género y las desigualdades estructurales. Pero, ¿hasta cuando las mujeres dejaremos de ser cifras y nos convertiremos en vidas e historias? Si bien, continuar teniendo un promedio de 11 feminicidios diarios y miles de mujeres desaparecidas en el país, es una situación que no debemos dejar de nombrar, mucho menos normalizar; es necesario comenzar a dignificar la vida de cada mujer y niña que ha sido arrebatada de nuestra sociedad.

Es por ello que los derechos humanos de las mujeres surgieron como una respuesta a las exigencias y las luchas que grupos de éstas y feministas habían impulsado desde diferentes sectores, cuyo objetivo implicaba focalizar la atención y resolución de problemáticas que les atañían exclusivamente a ellas por el solo hecho de ser mujeres. A pesar de que los derechos humanos son inherentes a cualquier ser humano, sin importar la etnia, género, sexo, edad u otra característica particular, era indispensable concentrar los esfuerzos institucionales hacia la población femenina para que los gobiernos atendieran estos asuntos sin excusa.

Por un lado, a nivel institucional, la existencia de tratados internacionales, leyes nacionales, programas sociales y políticas públicas continúa siendo deficiente por distintos motivos: ya sea por la falta de presupuesto para operar o por la ausencia de personal capacitado para atender a víctimas de violencia feminicida.

Por otro lado, aunque como sociedad hemos avanzado en el reconocimiento y respeto hacia las mujeres y niñas como sujetas de derecho, hay peligro de retrocesos en materia de derechos humanos en México y Latinoamérica por la creciente ola de la ultraderecha. Esto último ha conllevado acciones tales como la prohibición del uso de la perspectiva de género y el uso del lenguaje inclusivo. Sin la incorporación de la perspectiva de género en los distintos ámbitos y espacios, ¿cómo nos visibilizarán a las mujeres y niñas? ¿De qué manera se harán visibles las estructuras desiguales que nos atraviesan? ¿Cómo se garantizarán los derechos humanos de las mujeres si se promueve su invisibilidad en los espacios? ¿Hasta cuándo las muertes van a valer más que las vidas de cada una de las mujeres y niñas que viven día a día en México y en el país? ¿Hasta cuando los sueños de las niñas y mujeres lograrán realizarse antes de convertirnos en una cifra más, en donde el Estado no intenta descubrir la verdad ni garantizar justicia ni dignificar la vida de cada una de ellas?, porque la violencia feminicida sigue y no se detiene.

No paran las violaciones sexuales de niñas y mujeres, los feminicidios, la trata de mujeres y la explotación de sus cuerpos para el capitalismo y el patriarcado. No para la criminalización hacia quienes buscan justicia para ellas, sus hijas y hermanas; no para la revictimización y la violencia institucional en nuestra demanda por la verdad y la memoria. Pero sí continuamos marchando las niñas y mujeres libres que queremos vivir sin violencia de género en nuestros espacios; continúan ampliándose los movimientos de niñas y mujeres que caminan por la verdad y la justicia para sí y para otras; continuamos quitándonos el miedo y ampliando nuestra voz, ocupando los espacios que históricamente nos han sido arrebatados.

Queremos seguir ocupando las calles y los espacios públicos, no sólo en las conmemoraciones, sino en cada uno de los días de nuestras vidas. Queremos salir y cumplir nuestros sueños y transformar nuestro mundo en uno más digno, donde existamos todas y no nos falte ninguna.

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