El efecto «desmovilizador» de la pandemia atravesó las experiencias de luchas y resistencias, las cuales tambalearon al no poder coincidir en espacios y cuerpos. ¿Cómo hacer frente a esta nueva realidad?
Editoriales | Blog «La dignidad en nuestras manos» del Plumaje de Animal Político
Web original | Imagen : CDHVitoria
Por: Viridiana Martínez, Yoxmara Tapia y Beatriz Rivero
19 de marzo de 2021
Que la otra escuela resurja en nuestros hogares,
en la primera llovizna de la mañana sobre el campo
y en el abrazo que desafía la distancia,
con la ruptura esperanzadora que construye el trabajo sencillo y cotidiano
que se guarda en la memoria de nuestros tactos
Los principios de la educación popular buscan ser consecuentes con las identidades de los sujetos políticos, dialogando desde y con heridas históricas que reconfiguran y componen las geografías territoriales y emocionales. Partir desde estos horizontes es una labor compleja y desafiante para la tarea de ejercitar procesos concientizadores, y más aún frente a un contexto que remarca la precariedad y desigualdad ya existentes en nuestras realidades.
Una de las transformaciones más severas, causadas por este tiempo pandémico, fue la imposición de las distancias y, por tanto, de efectos “desmovilizadores”. Esto atravesó las experiencias de luchas y resistencias, las cuales tambalearon al no poder coincidir en espacios y cuerpxs, práctica esencial en la construcción de herramientas basadas en la escucha, acción y compartición.
Estos instrumentos también han sido vitales para el andar de la(s) educación(es) muy otra(s), las cuales aún se enfrentan a resolver el cómo reflexionar desde la acción, en tiempos en los que es más indispensable seguir pero también se cancela toda suerte de cercanías. Para ello, en el re-pensar constante, advertimos que las pausas son vitales e indispensables para el cuidado, pero también que los tiempos en los que las realidades se sitúan no pausan: megaproyectos impuestos en territorios que se niegan a un falso desarrollo construido por intereses extractivistas, asesinatos de defensoras y defensores criminalizados por las propias instituciones obligadas a protegerlos, y desapariciones de amigas, hijas o hermanas; son sólo algunos acontecimientos que no han dejado de recordarnos que el engranaje de violencia que sostiene a este sistema de despojo, destrucción y muerte tiene una capacidad de adaptación que pareciera mecánica, la cual no entra en cuarentena ni da treguas para condolerse.
Como educadoras populares y mujeres jóvenes que habitamos territorios en procesos de despojo, reconocemos el vital llamado a mantener, hoy más que nunca, la urgente tarea de seguir organizando la creativa compartición que posibilita las acciones de formación política, pues reconocemos en la dimensión pedagógica de los procesos de lucha social, la construcción de condiciones que permiten politizar la vivencia y realidad concreta para hablar y vincular con las experiencias de otras y otros, a partir del intencionado contacto, que en su radical construcción deviene en el diálogo ritualizado más no esencializado, que es capaz de reconocer y defender la esperanza como un bien común que transita a través de las historias de las corporalidades estigmatizadas, racializadas y oprimidas, y que en ese devenir de complicidad política, se contribuye a la elaboración de proyectos de vida que apuestan por horizontes justos y dignos en los que las posibilidades sean transformadoras para todas y todos.
Coincidimos junto con otrxs, que la defensa de y por lo común es apuesta necesaria y que frente a ésta, los procesos de formación política así como no son accesorios o secundarios a lo organizativo, tampoco son duros ni únicamente racionalizados, menos desde una lógica eurocéntrica. Esto ha implicado desenmarañar el contacto desde espacios de comunicación que tengan la capacidad de reinventarse y ser sensibles a códigos diversos sonoros y visuales, pero sobre todo experienciales, con todas las afecciones psicosociales que trae consigo habitar en momentos de crisis sociales y con ellas, la desobediencia a mantener velocidades, ritmos y lógicas temporales de aprendizaje capitalistas, coloniales y patriarcales.
Nos decodificamos entre corporalidades, memorias y territorios con las que intentamos, a modo de apuesta, entretejer complicidades políticas que dispongan y acuerpen la necia e irreverente práctica cotidiana de acompañarnos en las distintas dimensiones de la existencia con intenciones de reconocer el potencial político de las paciencias, los afectos , las ternuras y pausas como actos de sostenibilidad que nos posibilitan la organización, el intercambio y compartición de reflexiones, herramientas y prácticas; pues transgredir lo violentamente impuesto pasa por todas las dimensiones de existencia real y concreta.
Con un año desafiante y un acumulado de aprendizajes desde el caminar de otros y otras educadoras populares, pero sobre todo, con la gratitud hacia quienes han sido parte de nuestro proceso de aprender desprendiendo, nuestras palabras brotan a partir del difícil momento de re construir procesos formativos que den cabida al cuestionamiento y la vitalidad de resistir a estos tiempos dentro de este tipo de espacios, en donde se abren nuevas preguntas sobre lo que a cada proceso organizativo le toca repensar, trabajar y fortalecer; desde lo íntimo de la vivencia y el tejido de vínculos, hasta los pies y puños dispuestos en los tequios, las faenas, la calle, la escuela y el trabajo popular, barrial y comunitario.
Estas preguntas nos llevan a volver a nombrar con firmeza las apuestas que han dispuesto generaciones de muchas personas jóvenes en el proyecto político-pedagógico del CDH Vitoria, que en gran medida ha sido condensado por el proceso que con cariño nombramos “La Escuelita”. En él, las juventudes disputamos espacios para escucharnos, sentirnos, reconocernos e imaginar proyectos alternativos, para dialogar con las propias experiencias y espacios organizativos que acompañamos desde una lectura en clave intergeneracional e interseccional.
Con la apertura de la convocatoria para conformar una generación más de la Escuelita y la invitación a mantener espacios de reflexión y diálogo colectivo con otras juventudes a pesar de las distancias impuestas, recordamos y nombramos a quienes conformaron la décimo octava generación. A ustedes les decimos: gracias escuelites, por compartirse más allá de un monitor, por estar aún en las ausencias y las pérdidas, por establecer un espacio seguro para sabernos en cercanía y por reconocer que hoy es más que necesario disputar en colectivo por la vida, y que el encuentro a través de la educación popular como puente, es una entre tantas de estas disputas.
* Viridiana Martínez, Yoxmara Tapia y Beatriz Rivero son colaboradoras del área de Seguimiento a Procesos Organizativos y de Formación del CDH Vitoria (@CDHVitoria).
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