Las soluciones para resarcir los daños de la pandemia no habrán de ser impuestas mediante mecanismos de violencia que provocan la ruptura de las comunidades y el desvanecimiento de la experiencia de las luchas sociales.

Editoriales | Blog «La dignidad en nuestras manos» del Plumaje de Animal Político

Web original | Imagen : Gabriel Guerrero

Por: Esnayder González y Mariana Bermúdez

1 de junio de 2021

Actualmente vivimos en un panorama mundial en crisis constante, no sólo sanitaria, sino económica, histórica y social, sus efectos muestran evidencia de la inoperancia de las estructuras de opresión que atraviesan al mundo en sus diferentes contextos. Esto se ha visibilizado en las situaciones de desigualdad mundial y local que intentan solucionarse con medidas que, más allá de mejorar las condiciones precarias y excluyentes de las sociedades, las recrudecen.

Por ello, si deseamos cambiar los rumbos para integrar una sociedad diversa en donde quepamos todas y todos, es necesario repensarnos desde las realidades situadas que nos atraviesan y criticar las causas estructurales que nos han llevado a una continua deshumanización. Recordemos que esto se ha profundizado desde la década de los 70 con el modelo económico neoliberal, cuyas políticas de Estado promovieron los derechos económicos como prioridad al multiplicar condiciones de mayor desigualdad en poblaciones que histórica y culturalmente han sido oprimidas.

Ante ello, las resistencias de los pueblos y las comunidades latinoamericanas se han mantenido como una voz en el desierto, se buscan visibilizar las injusticias a las que han sido sometidas al no ceder al presente sistema económico violento que nos oprime. Un claro ejemplo es la actual crisis de Colombia, en donde las políticas económicas gubernamentales que pretendían imponerse a la sociedad colombiana vulneraban aún más sus condiciones de vida. Por ello se iniciaron espacios de protesta para denunciar la inconformidad social ante esas acciones, resaltando la organización y gran presencia de las juventudes, así como de sus comunidades originarias.

De acuerdo con los reportes de organizaciones y colectivos de derechos humanos en las diversas regiones de Colombia, desde el 28 de abril de 2021, día de inicio del Paro Nacional, se han reportado al menos 1956 agresiones policiales, alrededor de 40 homicidios en manos de los agentes del Estado, más de 300 personas desaparecidas, cerca de 12 mujeres víctimas de violencia sexual, más de 1,000 personas detenidas arbitrariamente y cerca de 420 intervenciones violentas por parte de la fuerza pública del Estado.

Es importante evidenciar que las prácticas policiales de intimidación y uso excesivo de la fuerza han generado dinámicas de terror, miedo y han profundizado el enojo en la población, ya que sus derechos humanos son violentados en primer lugar por quienes deberían garantizar su seguridad y bienestar. Aunado a la apertura de heridas, tristezas y recuerdos que no son sólo personales, sino también dolores colectivos e históricos a causa de los acontecimientos entre los cuerpos armados del Estado y las comunidades colombianas durante el Conflicto Armado Interno de las décadas recientes.

Si bien desde el 2016 se han intentado consolidar los “Acuerdos de Paz” entre los actores del Conflicto, pareciera que la noción de paz para recuperar la estabilidad social y sanar heridas históricas ha quedado en el olvido para el gobierno de aquél país. No obstante, no es una cuestión particular, pues también se han reactivado diversos conflictos en otras regiones del mundo, siendo potencialmente más violentos, destructores y deshumanizantes.

Se podría pensar que junto a los adelantos tecnológicos, las nuevas formas de comunicación digital y la gestión de instituciones internacionales que “velan por la paz mundial” debería ser ya más latente una realidad de armonía y respeto a los derechos humanos. Sin embargo, es el mismo sistema político y económico el que termina por segregar y marginar, cuando no extinguir, a sectores de la población.

En la búsqueda por volver a “la normalidad”, las vidas de las personas parecen cada vez más efímeras y sin libertad alguna, pues esa “normalidad” ha sido el infierno para la gran mayoría de la población, tal como lo ha dicho Boaventura de Sousa en sus últimos escritos. Parece ser que las transformaciones siguen beneficiando sólo a un pequeño sector de la población, es decir, a los que representan al poder neoliberal. Por tanto, ahora que la crisis sanitaria pareciera empezar a solucionarse, habrá que reflexionar y repensar cuál será el contenido de la “nueva normalidad”.

Habrá una infinidad de preguntas con una diversidad de respuestas, pero las soluciones para resarcir los daños de la pandemia no habrán de ser impuestas mediante mecanismos de violencia que, más allá de generar una estabilidad social, provocan la ruptura de las comunidades y el desvanecimiento de la experiencia de las luchas sociales que vienen “desde abajo”.

El panorama puede ser difuso y abrumador para todas y todos, pero la esperanza se encuentra justamente ahí, en las voces que se escuchan en medio de la oscuridad, en espacios de transformación para crear otros mundos posibles, más dignos y horizontales para nuestros pueblos y comunidades latinoamericanas.

Esnayder González y Mariana Bermúdez son colaboradoras del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria O.P. A.C. (@CDHVitoria).

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