Participación de Miguel Concha en la Mesa «Pensando el Maíz» en el marco del «Día Nacional del Maíz 2021» realizado en el Centro de Cultura Alimentaria del Centro Cultural Los Pinos el 30 de septiembre del 2021.


Agradecemos la invitación a este espacio compartido con Dulce María Espinosa, directora del Centro de Cultura Alimentaria, Armando Bartra, investigador del Instituto Maya, René Sánchez Galindo, integrante de la Demanda Colectiva Maíz, Plutarco Emilio García, del Registro Agrario Nacional, y la “Chaca”, integrante de la Campaña.

En concordancia con el nombre de este espacio de diálogo, podemos pensar al maíz en su diversidad de colores y semillas, así como de miradas culturales que lo constituyen.

El maíz como una semilla primordial en la vida colectiva de diversas comunidades campesinas y pueblos indígenas. Como una de las semillas que está presente en la alimentación cotidiana  de todas las personas que habitan y/o transitan por el país.

El maíz como un sustento económico para familias campesinas, que a partir de la siembra y posteriormente la cosecha de las diversas razas de maíces nativos, obtienen recursos suficientes para subsistir, a pesar de las condiciones de precarización en las que se encuentra el campo mexicano.

El maíz como un elemento cultural e identitario que históricamente ha sido parte de las cosmovisiones, las espiritualidades y las formas de concebir la vida de diversos pueblos.  

En este país y en esta región mesoamericana no podemos pensarnos sin la existencia del maíz.Y por lo tanto, no podemos ignorar su importancia, su valor, y la urgente necesidad de defender, de proteger y de accionar para que los maíces nativos continúen en las manos de campesinos y campesinas, de los pueblos indígenas y de productoras y productores de pequeña y mediana escala. Es sumamente importante que defendamos y acompañemos la lucha por un maíz nutritivo, un maíz nativo, sin la intervención de las corporaciones transnacionales que promueven la modificación genética, sin el uso de los llamados agroquímicos tóxicos y sobre todo sin el despojo de las semillas y de los saberes que le acompañan y que han trascendido en el tiempo.

El 23 de septiembre del presente año se llevó a cabo la Cumbre Sistemas Alimentarios de Naciones Unidas donde diversos jefes de estados compartieron sus posicionamientos y promesas para reformar el sistema alimentario de sus países. Es bien sabido que aquella Cumbre promovió los intereses de la agroindustria en el campo la cual daña la biodiversidad, contamina los recursos naturales y perjudica la 

 no considera otras alternativas viables como la agroecología.  El relator Especial de Naciones Unidas por el derecho a la alimentación, así como diversas organizaciones de la sociedad civil han denunciado estas posturas dominantes y desde sus espacios continúan defendiendo y promoviendo la agroecología entre otras prácticas que defiendan y garanticen la seguridad y soberanía alimentaria.

Las organizaciones de la sociedad civil, entre ellas la Campaña Nacional Sin Maíz No Hay País y la Alianza por la Salud Alimentaria, han manifestado que cualquier propuesta que busque reformar el sistema alimentario debe estar basada en garantizar el derecho a la alimentación adecuada, el derecho a la tierra, al territorio y al agua así como la protección de los derechos de las y los campesinos que producen los alimentos. 

La agroindustria ha significado una amenaza para la defensa de los maíces nativos ya que impone un modelo de producción de alimentos que violenta derechos humanos como el derecho a la alimentación, esto debido a que la producción de la agroindustria no garantiza los nutrientes necesarios para un desarrollo integral de las personas a partir de los alimentos. Tampoco garantiza el derecho a la salud, ya que ignora los riesgos de consumir no sólo alimentos producidos a partir de semillas de maíz transgénico, sino también por el uso de agroquímicos tóxicos como el glifosato, del que hay suficientes investigaciones en distintos países como Argentina, Colombia, Perú, México, que demuestran tales efectos nocivos y que se corresponden con lo establecido por el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer, de la Organización Mundial de la Salud en 2015, etiquetando al glifosato como probable cancerígeno.

En este camino de lucha y defensa por la seguridad alimentaria, también permean las  amenazas de ser privatizadas las variedades vegetales y las diversas razas de maíz nativo por parte de empresas transnacionales. Recordemos que hay una iniciativa de reforma a la Ley Federal de Variedades Vegetales que busca precisamente despojar a las comunidades campesinas y pueblos indígenas de sus semillas, las cuales han sido mejoradas a partir de prácticas tradicionales durante decenas de generaciones. Y claro está, no podemos dejar que dicha reforma se apruebe.

Pensemos en que hay una Medida Precautoria que ha frenado el otorgamiento de permisos de siembra de maíz transgénico en el país, esto desde 2013, y gracias a una Colectividad se han mantenido los esfuerzos para que dicha Medida Precautoria no se caiga. Esta ratificación no se discutió el día de ayer en la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pero esperamos que en las sesiones próximas, Ministras y Ministros puedan tomar una decisión a favor de los maíces y la milpa.

En un contexto de crisis climática, económica y de justicia social, proponemos pensar al maíz como un elemento de vida, de identidad,  unificador, que continúe impulsando las luchas sociales y campesinas en la búsqueda de la soberanía alimentaria, del respeto y salvaguarda de los derechos humanos de todas las personas.

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