Debemos cuestionar los impactos y violencias diferenciadas que recaen por la pandemia en los hogares, espacios que también contienen y atienden en la primera línea de los cuidados.
Editoriales | Blog «La dignidad en nuestras manos» del Plumaje de Animal Político
Web original | Imagen : Eneas de Troya
Por: Viridiana Martínez Ortíz
23 de febrero de 2021
La crisis sanitaria generada por el coronavirus nos sorprende, estremece y nos conduele, no sólo por las circunstancias personales y colectivas que estamos transitando, sino por el comportamiento neoliberal global que sigue dando paso a sociedades que buscan sobrevivir. Es justo en aquellas geografías en las que prevalece la ausencia del Estado donde se encarnan las consecuencias de sus acciones y omisiones.
El devenir de estos tiempos álgidos de la crisis nos invitan a cuestionar las condiciones concretas y reales de existencia, las que recuerdan que el derecho a la salud ha sido saqueado y poco garantizable para las personas que discursiva e históricamente han sido colocadas al margen del acceso a condiciones de vida digna.
A casi diez meses de iniciada esta travesía, poco se ha problematizado el derecho a la salud, es así que nos queda claro que la dimensión preventiva en temas de salud continúa siendo vulnerada al tiempo que se siguen promoviendo megaproyectos de muerte; pensar en que en nuestro país, por ejemplo, se encuentran 31 mil concesiones mineras equivalentes a 56 millones de hectáreas -es decir, el 30% del territorio nacional- su consecuencia es la emisión de elementos dañinos para la salud de los ecosistemas que amenazan la continuidad de la vida de las comunidades.
No se puede mantener en la lentitud política a las instituciones encargadas de la justicia social, pues tienen que apuntalar a que toda persona tenga la posibilidad de contar con el derecho integral a la salud. La garantía de este derecho será compleja, ya que la incertidumbre actual se traduce también como oportunidad económica a los especuladores, a través del elevado costo de los insumos básicos y de medicamentos necesarios que permitan proteger la vida e integridad de las personas que sufren alguna enfermedad o del contagio.
Estos tiempos requieren de conciencia social para no permitir avanzar a la injusticia y la desigualdad. Se debe buscar como alternativa activar y consolidar comunidades que se conjuguen, organicen y exijan para dar paso a la construcción de sujetos históricos, tejedores de redes de solidaridad y de acompañamiento por condiciones de vida dignas. Urge incorporar los derechos sociales fundamentales como conquistas colectivas que se hacen necesarias para revolucionar y transformar la situación que transitamos en la actualidad.
Quienes hemos sobrevivimos al contagio y le hemos hecho frente al virus no somos casos de éxito; más allá de eso somos cuerpos-víctimas y sobrevivientes de las dificultades históricas y materiales de nuestras comunidades. Esta generación intenta hilar distinto, sostenerse desde los vínculos que se tejen anclados a procesos autónomos, amorosos, pacientes y solidarios que desde el corazón y calidez se implican, accionando desde la colaboración no improvisada, sino que se pone en marcha recordando los pliegues de la memoria y los saberes populares con sentido de clase.
Hoy más que nunca debemos evitar echar en saco roto las lecciones aprendidas, el desgaste físico, psicosocial y territorial provocado por el virus que requiere de tiempos para sanar y restablecernos, de reinterpretar la realidad y de poner en diálogo las vivencias de estos momentos desafiantes, ir dando lugar al renacer de utopías, disposiciones y apuestas políticas que surjan a partir de la esperanza, aún en tiempos de desesperanza.
Todavía atravesamos noches largas y tristes, se hace vital dar lugar a los rituales para llorar y despedir dignamente las ausencias. Sin duda, es esencial seguir cuidándonos y apostar por la construcción de colectividades capaces de avanzar en la elaboración de sociedades más justas y dignas. Poner al centro la vida no únicamente como palabra, sino como continuidad de las existencias desde su sentido más profundo y transformador.
Debemos cuestionar los impactos y violencias diferenciadas que recaen en los hogares, espacios que también contienen y atienden en la primera línea de los cuidados. Por ello, urge colectivizar los cuidados y los afectos. Porque lo personal es político, se amerita particular atención desde el ámbito de las políticas públicas.
Termino estas líneas expresando mi reconocimiento y agradecimiento por aquellas personas que hacen posibles los cuidados para dar continuidad a la red de la vida, esperando que en todas las geografías y hogares sigamos avivando los cuidados, ternuras, alegrías y rebeldías que se nieguen a continuar crónicas desahuciadas, pues no queremos más de lo mismo, ahora contaremos y construiremos deseos políticos distintos, deseos que requieren de imaginaciones insolentes que los hagan posibles y presentes.
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