Las horas, el grito, las pintas, las mantas, bordados y demás expresiones son ahora herramientas políticas de madres, amigas y hermanas para denunciar a las violencias que hace falta observar para florecer

Editoriales | Blog «La dignidad en nuestras manos» del Plumaje de Animal Político

Web original | Imagen : Angélica Díaz

Por: Viridiana Ortiz y Selene González

29 de octubre de 2020

El ritmo de los tiempos es convulso como resultado de la crisis civilizatoria que atravesamos como humanidad; crisis de derechos humanos, Estados omisos y negligentes, normalización de las violencias, despojo y asedio de los bienes comunes son algunas de las problemáticas que permean a nuestro país y a muchos otros en el mundo. Ante esta situación de violencia generalizada son las personas, comunidades y grupos que se encuentran en mayor situación de vulnerabilidad y opresión los que se ven más afectados.

De este entramado de vidas, en la actualidad es innegable que los cuerpos-territorios de mujeres vivimos una serie de violencias constantes, las cuales no nos permiten vivir dignas, libres y tranquilas, e incluso, nos arrebatan la vida misma. Ante este terrible panorama, en varios lugares de la tierra se están gestando procesos organizativos convocados por luchas de mujeres y niñas víctimas y sobrevivientes de violencias, colectivas y grupos feministas, que accionan enraizados en apuestas políticas múltiples y diversas que realizan varios llamados que ponen la vida de las niñas y mujeres al centro, posición política que irrumpe y transgrede ante una realidad doliente.

Desde las experiencias escuchadas y vivibles, llenas de miradas, historias y sentires, desde la experiencia del leerse mujer con sus respectivas intersecciones, México da cuenta de la permisividad, negligencia y poca actuación en los tres niveles de gobierno, que inoperan ante el asesinato de niñas y mujeres.

En la actualidad según cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en promedio once mujeres son asesinadas diariamente. Si traemos a la memoria estos datos escalofriantes, es nuevamente para recordar-nos que, como se ha enunciado en  varias ocasiones, más que una cifra se trata de  vidas e historias, que al ser arrebatadas se traducen en procesos colectivos que buscan hacerse presentes y mantenerse en vida a través de la construcción de diversas experiencias en constante movimiento por las familias y personas queridas; que a pesar del dolor intentan sostenerse y mantenerse en el hacer de caminos que den posibilidad a la construcción de condiciones para hacer de la justicia una realidad posible, que busca hacerse presente ante la oleada de miedo que se encarna y que afecta en todo el sentido amplio de la palabra los cuerpos, mentes y corazones de las niñas y mujeres que habitan y transitan las calles, barrios y paisajes que se van tornando hostiles, punzantes y agobiantes.

Esto hace que en las vidas de cientos de niñas y mujeres persista un permanente estado de alerta, que se apodera no sólo en los imaginarios sociales, sino que se pueden identificar instalados y avalados desde las estructuras sistémicas que operan diversas prácticas de crueldad, instalando así un velo que, además de que imposibilita el acceso a la verdad, memoria, justicia, reparación y no repetición, hace uso de mecanismos  revictimizantes y estigmatizantes que abonan a construir condiciones de criminalización, desgastes organizativos, corporales, anímicos y espirituales.

Sin embargo, existen experiencias que desde la diversidad de procesos de exigencias, luchas y resistencias van haciendo brecha a través de entramados de estrategias y prácticas políticas que permiten hacer de lo cotidiano una permanente cosecha de esperanzas que más que enunciativas se van tornando en haceres, saberes y andares que se hacen vida a través del acuerpamiento de cientos y miles de mujeres que se acompañan, ternuran, escuchan, idean y caminan juntas, sin obviar las diferencias, pues este punto de encuentro es fuente de construcción de espejos que dan cuenta de un sin fin de intersecciones que se hacen presentes y que, al mismo tiempo, se convierten en puntos vitales para organizar las rabias, dolores, desencuentros y opresiones, con la intención de seguir dando movimiento y lugar a las distintas demandas que urgentemente nos deberían de estar convocando, preocupando y ocupando para hacer de las experiencias de vida, sitios que permitan la continuidad y sostenibilidad de la vida misma.

Sin duda, el panorama es desalentador ante las medidas y acciones que son accionadas desde el Estado Mexicano, sin embargo el camino es largo, y ahí existen los desafíos que podrían pausar, pero que al tomarse los tiempos necesarios y pertinentes, vuelve a hacerse presente para reinventarse y con ello posibilitar, el idear mecanismos de emergencia y de cuidados que nos convocan a pensar-nos como cuerpo colectivo que se enfrenta a un sistema patriarcal que se alía con el colonialismo y capitalismos ahora en su fase neoliberal, sustentos para la construcción de condiciones que nos horrorizan, dan miedo y terror  buscando paralizarnos, sin embargo ante él se vislumbran en los horizontes niñas y mujeres que se acompañan, cual brisa cálida en el más frío invierno.

Profundos reconocimientos a las cientos de madres, familias sanguíneas y elegidas amigas y hermanas, que caminan juntas, acompañan y están presentes desde la diversidad de sororidades y solidaridades, haciendo del llanto, de las horas, del grito, de las pintas, de las mantas y bordados, y demás expresiones, herramientas políticas.

Que gritan aquí y ahora: ¡VIVAS NOS QUEREMOS!, ¡JUSTICIA PARA TODAS!, entre otras consignas que dan cuenta del abrazo colectivo que sostiene, que se reconoce como gesto de humanidad de saberse y de estar con una otra.

* Viridiana Mtz. Ortíz y Selene González Luján son colaboradoras del @CDHVitoria.

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